Cuento corto

Llevábamos tiempo de hablar, de compartir música, letras, momentos, anécdotas, historias, risas, miradas. – ¿Qué tan lejos vamos…
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Llevábamos tiempo de hablar, de compartir música, letras, momentos, anécdotas, historias, risas, miradas.

– ¿Qué tan lejos vamos a estar?

–No lo sé, no pienso que estemos lejos, siempre que nos separamos nos agrandamos. Tenemos la ventaja de no agrietarnos. –Le sonreí-

–Siempre tienes las palabras bonitas. Yo tengo las palabras y las tengo desordenadas.

Luego nos despedimos. Recuerdo que no duro mucho tiempo, o tal vez sí lo fue, pero yo no lo noté, no sé si fue por las ganas que tenía de verla, o porque todos los días me levantaba devorando el día para que se pasara rápido y poder encontrarme de nuevo con ella.

No tardó demasiado cuando me respondió.

–Necesito verlo, el problema no es que ya se me haya olvidado su rostro, el problema es que quiero recordarlo otra vez, por eso necesito que venga, mis dedos quieren ver la simetría de su rostro.

–No sé cuándo pueda verla, a mí no se me ha olvidado su rostro.

Ella sabía perfectamente que cuando le hablaba de tú, era porque la deseaba, porque quería ponerle el tú haciéndola mía, pero siendo completamente de ella.

–Me tengo que ir, que duerma. Pdt: Usted se está metiendo mucho en mi cabeza.

No me dejó escribirle nada y se fue.

Mire como es la vida de curiosa, o el destino, lo que mejor le parezca a usted: Al otro día me enteré que tenía que viajar a la ciudad de ella, la noticia me agrado más por saber que iba a verla, que no por las verdaderas razones que tenía para viajar.

–No digas no.

–Bueno.

Hubo un pequeño silencio, lo asimile como sorpresa, en realidad no sé si ella hizo algún gesto o alguna maroma de felicidad cuando me escucho decir esas palabras, pero mi sistema nervioso si hacia maromas, se alborotaba y gritaba dentro de mí, estaba ansioso de verla.

–No te puedo ver.

En ese momento colapse, aunque estaba sentado sentí que me caía y supongo que sí me estaba cayendo de esa nube en la que estaba montado.

–No es cierto –Soltó una carcajada– En el puente.

Esas palabras se sintieron tan cerquita, aunque estábamos un poco lejos sentí su aliento que me volvía a elevar y me volvía a subir a esa nube de la que me estaba cayendo por sus chistes, a veces pesados.

–Vale, a las 4 estoy.

No recuerdo haber hecho la diligencia que tenía que hacer, pero creo que la hice, en realidad eso no me parecía importante. Antes de verla me vio y me hablaba de como caminaba, en ese momento me atrofié y sentí que no sabía caminar, que iba hacia ella a tropezones.

llegué y la abracé suave como queriendo atravesar su ropa y sin que se diera cuenta colgarme en su piel y ser parte de ella.

– ¿Ya recuerdas mi rostro?

–Ya lo recuerdo. –Lo dijo mientras contorneaba sus dedos por los huesos de mi rostro.-

Sentí como si quisiera meterse en mis huesos y no supiera que ya estaba metida en mi ser. Volamos por toda la ciudad, y digo volamos porque me tomaba de la mano y se me olvidaba caminar, en el momento que sentía su mano aprendía a volar. Al final del día me beso, fue uno de esos besos tan cálidos que te hace pensar que encontraste tu hogar, ese tipo de labios en los que te provoca vivir.

–Te pareces mucho a esa silla voladora que tenía de pequeño, yo me sentaba en ella y comenzaba a girar y girar, luego tomaba vuelo y se sentía cosquillas en la barriga, solo sentado en mi silla podía volar y me sentía feliz, después de un tiempo no me pude volver a subir en la silla y esa sensación se perdió. Hoy cuando me tomaste de la mano fue así, fuiste un poco de esas cosquillas que sentía, un poco de felicidad, fuiste vuelo. Hoy me enseñaste a volar, no me quiero bajar de ti.

–No nos vamos a bajar, solo vamos a subir.

Me dormí con una sonrisa en el rostro y una felicidad en el alma.

Me desconecte completamente de todo lo relacionado con el mundo, necesitaba aislarme para saber si la necesitaba

dure vario tiempo sin saber de ella, sin hablarle, sin escribirle. Fue brutal, devastador, era aturdidor el sonido que me producía el silencio de la ausencia de su voz en mis días, el verbo necesitar se tornaba absoluto en ese momento.

–No me fui, le juro que no me he ido de usted, perdóneme por ausentarme, pero quería saber si la necesitaba, ahora sé que la necesito, también sé que usted se convirtió en mi ser, no necesito perderla para saber que vale la vida.

Duré esperando su respuesta todo el día, no sé cómo hacía mi trabajo, ni cómo transcurría mi día, porque solo estaba pendiente de su respuesta que llegó en la noche.–Pedro, la distancia me tiene abrumada, esto que siento por usted se alborota de sólo pensar en nuestro reencuentro, así que le pido que sea comprensivo si ese día le acabo su sed por saciar mi sed de usted. Con notas de respeto y amor. Amanda.

Recuerdo como se calaron esas palabras en mí, como fruncieron mis huesos, como se acomodaron en mi rostro haciéndome una sonrisa, contorneando las curvas de la misma.

Ya ha pasado el tiempo y desde que llego no se ha ido, yo le enseñé a quedarse, ella me enseñó a volar y estamos aprendiendo a amarnos sin parar. Acá estoy esperándola, le dije que le iba a dar café, no sabe que le voy a dar mi vida.

Cuento por: Dilson Molina, Ilustrado por: Camilo Leal

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